Los consumidores se han vuelto unos verdaderos biohackers de su propia biología, eligiendo qué ingerir, y consumir menos sal se encuentra entre las medidas que toman. Mientras que el mercado global de ingredientes para la reducción de sodio crece, Latinoamérica lleva la delantera.
Consumir menos sal hace bien. Lo saben los consumidores y los fabricantes. Y, por eso, su reducción sigue siendo un tema de interés para la industria de alimentos y bebidas. También, un reto: la disminución debe darse sin comprometer las características sensoriales del producto.
Antes de adentrarnos en los desafíos y oportunidades, hagamos un repaso. La sal de mesa está hecha de dos minerales: sodio y cloruro. El cuerpo necesita una determinada cantidad del primero para funcionar adecuadamente, ya que este ayuda a controlar la presión arterial y el volumen sanguíneo. Además, contribuye a que los músculos y los nervios funcionen apropiadamente. Pero, en exceso, el sodio se acumula en la sangre y puede causar presión arterial alta. Por eso, limitar su consumo tiene múltiples beneficios.
Se proyecta que el mercado global de ingredientes de reducción de sodio crezca un 11,71% CAGR entre 2020 – 2025
Mordor Intelligence, Sodium reduction ingredients market, 2020.
Muchos alimentos, como la leche, los vegetales, la carne y los huevos, contienen sodio de manera natural. Sin embargo, la mayor parte del consumo en nuestra dieta proviene de la sal de mesa. La ingerimos cuando la añadimos a alguna preparación, pero también de manera oculta en productos procesados. Hoy, se estima que el promedio diario real de ingesta de sal por persona se encuentra entre 9 g y 12 g, casi el doble de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Pero también se sabe que países de todo el mundo están desarrollando diferentes estrategias e iniciativas de reducción de sal. De hecho, los estados miembros de la OMS acordaron reducir en un 30% el consumo de sal de la población mundial de aquí a 2025.
Latinoamérica marca el pulso del cambio
A raíz de la pandemia, muchas personas se volvieron proactivas a la hora de modificar sus hábitos alimenticios para tener una mejor calidad de vida. En ese sentido, cada vez son más los biohackers, o sea, las personas que optan por cambiar el entorno fuera y dentro de sí mismas para tomar las riendas de su biología y poder mejorar sus cuerpos, sus mentes y sus vidas. Y reducir el consumo diario de sal está entre las prioridades del biohacking.
Y los consumidores latinoamericanos lideran ese cambio de paradigma. En Argentina, por ejemplo, más de 50 productores de alimentos acordaron reducir los niveles de sodio en los próximos años en 528 productos, incluyendo quesos, galletitas, pasta, salchichas y sopas, así como diferentes tipos de pan.
Algo similar sucede en México, donde el gobierno fomenta iniciativas que ayuden a las personas a tener mayor conciencia sobre los efectos en la salud del consumo excesivo de sodio. Allí, los ingredientes reducidos en sal ganan terreno entre los alimentos congelados, los productos de panadería y los productos lácteos. Brasil, por su parte, también lleva adelante, desde 2011, una política activa para reducir la ingesta de sodio con 3 ejes: promoción del uso racional de la sal, educación e información y reformulación de los alimentos procesados. Como parte de este plan, en 2020, se aprobó el etiquetado frontal de alimentos que permite identificar aquellos productos con alto contenido de grasas saturadas, azúcar y sodio.

Alternativas de la transición
En línea con el biohacking y la nueva tendencia de ser más conscientes de qué ingerimos, cada vez son más las empresas que elaboran productos sabrosos y saludables, pero con menos contenido de sodio. Y como no solo se trata de reducir sino también de reemplazar, son múltiples las opciones en relación con el sabor y la textura. Ingredientes como limón, aceite de oliva, huevos, ajo, comino, manteca y cebolla están entre las alternativas preferidas por los consumidores latinoamericanos.
A su vez, a medida que los comportamientos saludables ganan popularidad, los consumidores demandan productos con menores niveles de sodio y que tengan, al mismo tiempo, un sabor delicioso. Así, el desarrollo de innovadores productos que recrean las experiencias que las personas identifican con la sal -el impacto en la boca, la persistencia en el tiempo, entre otros atributos- aparece como la mejor solución para responder a esta nueva revolución alimentaria.